
Días atrás el cartel de esta foto decoraba vallas, paredes y farolas en la
zona RENFE de la localidad madrileña donde resido. “Sé el dolor que te he causado y que estás pasando. Lo siento en el alma. Sólo decirte, PJ, perdóname algún día”, gritaban las hojas. La gente que se desplazaba a sus trabajos las leía. Sus caras moldeaban expresiones difíciles de decodificar. Quizás sólo las mentes expertas diseñaban gestos de conocimiento. De una resignación aleccionadora que les resultaba muy común. Pero a mí el escrito me hacía reflexionar sobre sus dimensiones públicas. Me preguntaba por qué se pretendía hacer público un mensaje y no hacer explícitos el nombre y apellidos del destinatario. ¿No hubiese sido más fácil enviárselo por carta a la persona interesada y a los conocedores de la historia? El emisor hubiera evitado así el desconcierto de los viandantes, el esfuerzo de los empleados de limpieza en despegar los carteles –les informo de que había uno por cada cinco palmos-, y la manifestación de un acto cobarde que contaba con la confidencialidad como salvadora. Pero detrás de este mensaje
cuasi- público posiblemente haya una realidad que nos atañe a todos: la de las separaciones. Según datos de la publicación
Mujeres y Hombres 2008, del Instituto Nacional de Estadística, la duración media de los matrimonios que se disuelven en nuestro país es de 15 años. Si a esto le añadimos que por cada cinco parejas que se casan en la Comunidad de Madrid se terminan separando cuatro, y que, según datos del Consejo General del Poder Judicial, en los dos primeros trimestres del presente año se rompieron más de 9.500 matrimonios en nuestra región (54 matrimonios de media al día), para nada debería extrañarnos este mensaje. Además de recibir estos datos, acostumbrados parecemos estar ya a oír hablar de la rutina de la vida en pareja, el egoísmo, la infidelidad, los matrimonios de conveniencia, los malos tratos, y las dificultades para conciliar trabajo y vida familiar. Y muy habituados estamos ya a consumir películas que retratan la desdicha de las relaciones de pareja. Véanse por ejemplo las recién estrenadas
Sólo quiero caminar, de Agustín Díaz Yanes, y
Que parezca un accidente, de Gerardo Herrero. Pero lo que sí nos sorprende, y muy gratamente, es que con la crisis económica como espada de Damocles haya gente que ponga fin a convivencias tortuosas e infelices. Porque la recesión actúa hoy como amputadora de libertades. Si antes la Religión unía las parejas, ahora es el euro el que las ata. Según datos del Instituto Nacional de Estadística, el año pasado rompieron más de 137. 000 parejas, un 5, 8% menos que en 2006. Por otra parte, durante el primer trimestre de este año el número de rupturas matrimoniales cayó un 22%. Las cifras demuestran sin miedo al error que con la crisis está disminuyendo el número de divorcios. Seguramente influyan en este hecho las dificultades que tienen los futuros
nuevos solteros para pagar la hipoteca o hacer frente a nuevos gastos. Quizás también el que se propongan menos salidas vacacionales, disminuyendo así el número de horas de convivencia
pura y dura que experimenta el matrimonio. Tal y como apuntaba Rafael Puyol, de la Fundación Instituto de Empresa, en su columna del diario
ABC el pasado 7 de octubre, “el divorcio Express se puede obtener por poco menos de 600 euros, pero genera gastos, especialmente en el caso de las familias que, cuando se rompen, tienen hijos. El pago del cuidado y la educación de los niños, el de la hipoteca, que no entiende de rupturas matrimoniales, o el de un nuevo domicilio para el cónyuge que se ha ido de casa, normalmente el marido, genera desembolsos difíciles de afrontar”. Visto lo visto, aún me extraña que los que han sufrido el martirio de un matrimonio mal avenido no hayan escogido el 28 de agosto, día de San Agustín, como fecha conmemorativa de su nuevo estado civil. Porque
a gusto es como se habrán quedado si eran sus ganas las de divorciarse.
Javier de Matrice.