
Tendré que pensarme si el año que viene podré viajar en transporte público. No me ha tocado la lotería. Sí, mi gozo en bombos lacrados. El año que viene tendré que viajar en coche. En mi
mecherito. Porque viajar en tren y metro será ya cosa imposible. Enero nos dará la bienvenida con un incremento medio del abono transporte del 5,75%. 30 euros anuales más para los del A normal, y cerca de 40 euros para los del B2. Por no hablar de los más de 44
eurazos añadidos que deberán ir ahorrando los del B3 -adulto- para poder desplazarse a sus trabajos en 2009. Pero nosotros, ni mu. Qué más da que nos flagelen un poquito más. Con tal de dar la razón a esos anuncios visionarios que nos recordaban que nuestro metro vuela, lo que sea. Antes primaba lo simbólico, y quizás lo exagerado, a la hora de definir un servicio que aunaba rapidez, alcance y sostenibilidad. Pero ahora sí que estamos en lo cierto al decir que nuestro suburbano
volará. Porque sólo unos cuantos podrán costearse ese lujo. Adiós a las “sardinitas humanas” enlatadas, a andenes de procesión y a axilas folclóricas. Hasta siempre a subidas bajo presión, a aerofagias clandestinas y a tertulias de marujillas chillonas. A canciones ratoneras de excéntricos celulares y a incidentes ocasionados “por causas ajenas”. Bienvenidos a la aportación medioambiental, a la potencialidad de atascos por doquier fomentados por un combustible cada vez más barato. Recordemos que el pasado 18 de diciembre el litro de gasolina bajó a 86 céntimos de euro, la marca más parecida a los 85, 2 céntimos de enero de 2005. Una tendencia al abaratamiento que también siguen los precios del gasóleo, a 88,9 céntimos el litro el pasado jueves. Con tales condiciones más de uno se pensará un cambio hacia el viaje a cuatro ruedas, pese a que este volantazo no esté muy aparejado con los objetivos medioambientales que se proponen desde Europa. Flaco favor le haremos así al paquete de medidas contra el cambio climático que aprobó hace una semana
la Eurocámara, compromiso que -para el 2020- plantea recortes del 20% en las emisiones de CO2 (tomándose como referencia los niveles de 1990). Ya el pasado 17 de septiembre, tras un agosto que infló significativamente los precios del transporte en Madrid, un lector de
ADN, Roberto Pérez, propuso en la sección Xpresate de este diario gratuito
un
“abono transporte en función de la renta”. “¿Para cuándo un abono que no vaya en función de la edad, sino del sueldo de cada uno?”, protestaba Roberto. Sensatas palabras si recordamos que, desde el 2003, el transporte en nuestra región ha subido más del doble que los salarios. El pobre, por lo tanto, sigue siendo pobre. Y el medio para desplazarnos a nuestra
factoría del pan se encarece.
Así que, de próspero año nuevo, nada de nada. Buena es la noticia de que aparezcan nuevos billetes: la rebaja del 20% para quienes tengan una minusvalía igual o superior al 65%, o el combinado, que permitirá ahorrar a los que, además de ser usuarios de Metro, viajen por Metrosur, Metroligero o Metronorte . Pero estas facilidades ya deberían de haberse ofrecido antes, desde un principio. Dulces de consuelo. Eso es lo que son. Respondamos. Manifestémonos. Lo social y lo humano siempre han de ir por delante de toda decisión económica que asfixie airosamente nuestra calidad de vida, le pese a quien le pese. Reculó Gallardón con su prohibición del hombre-anuncio. Brilló el Parlamento Europeo con la derrota de la directiva de las 65 horas semanales (¡Un brindis por el eurodiputado socialista Alejandro Cercas, artífice de esta defensa del derecho laboral!). ¿Debemos dejar, pues, que asalten nuestros bolsillos de esta manera? ¿A qué clavo ardiendo se agarrarán de nuevo dentro de unos meses para subir el precio de nuestros cupones mensuales? ¿A la subida del agua?
Javier de Matrice.