
Estos días de atrás conocimos la cancelación de la publicación de
Angel at the fence, un libro de memorias escrito por Herman Rosenblat que narraba una bonita historia de amor surgida sobre los pilares del holocausto nazi. Pero el
lobby de los supervivientes de esta persecución antisemita no es fácil de burlar, de ahí que se haya descubierto la falsedad de esta historia que tanto había gustado a la mismísima Oprah Winfrey. Lo mismo alcanzará el
lobby ateo que tanto critican algunos creyentes: poner de manifiesto de nuevo que ficticio es el epíteto inherente -valga la redundancia-
a los milagros de Jesús y a las historietas de
la Biblia, por muy reales que sean algunos de sus protagonistas y escenarios. Sirvámosle así a
la Iglesia un plato muy de su gusto: un regalo de reyes, venido este año en forma de palabra o previsión. O de normativa, mejor dicho, pues quiero recordarles que es muy probable que para el 6 de enero del año que viene ya tengan sobre su belén la nueva Ley del Aborto, esa que tanto disgusta a Cañizares. Ya va siendo hora de que el arzobispo de Toledo se dedique de lleno a parar goles. Recordémosle que por mucho que él y el guardameta de Colón -nuestro queridísimo Rouco Varela- griten, los que tienen que meter el balón son los competentes en Política y Justicia. Los del púlpito en España, en sus erres con los gays, la interrupción del embarazo y la eutanasia. En México, con que si las minifaldas y las agresiones sexuales. Siempre con que si la abuela fuma, como decía una maestra mía de matemáticas. La
estadolatría no es lo que define a la sociedad actual, sino nuestra capacidad para tener los pies sobre la tierra. Según un sondeo de Sigma Dos para
El Mundo, publicado el pasado 21 de agosto en el diario que dirige Pedro J. Ramírez, el 63% de los encuestados no está de acuerdo con que
la Iglesia movilice a sus seguidores contra las propuestas del Ejecutivo. Las voces sacras, sean silenciosas o ensordecedoras, caerán siempre al vacío en cualquier sociedad moderna. La separación de Iglesia y Estado, estimados fieles, es
fundamental para el avance social y político. Parece que los patriarcas del cáliz y la oblea todavía no han visto el repetido hasta la saciedad anuncio de Ikea, ese que nos ha torturado con su irónica y poco famélica letra: “En el salón no se toca, en el sofá no se juega”. No han asimilado el mensaje. “A orar a sus templos”, digo yo con la entonación semánticamente escatológica de Fernando Fernán Gómez. Porque me conmueve que al fin se trabaje por el establecimiento de una ley sobre el aborto con posibles plazos. Nuestra normativa vigente para la interrupción del embarazo ya era caduca e insustancial, con supuestos penales (artículo 417 bis del Código Penal) que no eran sino pura burocracia. No quiero decir que los derechos de la mujer hayan de prevalecer por defecto sobre el derecho a la vida del
nasciturus o futuro bebé. Pero considero que un embarazo no deseado puede influir muy negativamente sobre el bienestar psicológico de unas progenitoras que claman a los cuatro vientos que se respete el derecho a su reproducción sexual y a su integridad psíquica. Que lo que ha de verse en mayor medida como delito son los abortos provocados bajo la coacción de una sociedad machista y poco permisiva, responsable directa de los síntomas depresivos de aquellas mujeres que decidieron abortar en contra de su voluntad, hoy a la cabeza del movimiento antiabortista. Parece que nos aproximamos afortunadamente a la concepción del aborto como un derecho, alejándonos así de su actual tratamiento jurídico de acto despenalizado, consideración clave para el desarrollo de una interrupción libre, pública y gratuita. Vergonzoso me parece que menos del 3% de los abortos se efectúen en centros de salud públicos. Los plazos, aunque haya purpúreos que quizás no lo crean, permitirían a la embarazada disponer de un mayor periodo de reflexión para decidir el futuro del embrión que porta en su vientre, evitándose así la inmediatez de la gestión privada y favoreciéndose posiblemente con ello la reducción del número de abortos consumados. Avanzamos, y no gracias a los representantes de Dios en nuestros pueblos. No me sorprendo.
Javier de Matrice.